jueves, 21 de febrero de 2013

EDUCAR EN POSITIVO Y CON FIRMEZA

Al igual que todas las ciencias evolucionan, también lo hace la educación.  Si contemplamos la trayectoria seguida por la forma de  educar, podemos apreciar grandes cambios.

A veces se comenta: “antes los niños y jóvenes salían mejor educados, había más respeto, no se te ocurría contestar a un padre o maestro…”  Entonces podríamos pensar: ¿es posible que la ciencia de educar haya ido a menos en lugar de a más?  Analicemos un poquito esto, no caigamos en juicios apresurados. Hemos de tener en cuenta que en la historia de la humanidad ha habido siempre una fuerte componente de agresividad, violencia, abuso de autoridad y de la ley del más fuerte. A todos los niveles: a nivel de países, a nivel de gobiernos y a nivel personal.  Lógicamente no había otra solución: o te portabas bien o te cortaban la cabeza. ¡Con razón había menos malas conductas!  Sin embargo estas “buenas” conductas no eran siempre libres ni deseadas. 

En la medida que ha ido despertando la conciencia de la dignidad del ser humano, de que el hombre es un ser libre, con derecho  a ser respetado y valorado, ha ido desapareciendo o disminuyendo de la sociedad la esclavitud, la dominación, la pena de muerte, la violencia…  Y eso está muy bien (aunque aún quede muchísimo por hacer y mejorar). Igualmente se ha ido desaconsejando en la educación la agresividad. Y es verdad, la educación, cuyo objetivo principal es formar personas,  ¿Cómo lo va a hacer bien si no valora y trata a los educandos como personas que son? Sería un gran contrasentido.

Lo ideal y más bonito sería que, explicando las cosas y razonándolas, los educandos las comprendieran, las desearan y libremente las realizaran. Pero bien sabemos que la realidad no es así. La persona es un ser muy complejo, donde actúan muchas fuerzas y factores: por un lado está la razón, el sentido de responsabilidad, del bien; una nobleza innata, un cierto altruismo… pero por otro lado, como fuerzas contrarias, actúan  las ganas, la comodidad, la falta de voluntad, los intereses, el egoísmo… Como consecuencia de todo esto, a veces hacemos lo que no queremos o no hacemos lo que realmente queremos.

Nos encontramos, entonces, ante un dilema en el terreno educativo. Si optamos por la agresividad (aunque sólo sea verbal)  incurrimos en un abuso de autoridad o falta de respeto a las personas. Si optamos por ser complacientes y  benévolos, parece que, como se dice vulgarmente “se nos suben a la chepa”, hacen lo que quieren y se convierten en seres exigentes, desagradecidos e incapaces del menor esfuerzo.

Científicos, médicos, ingenieros… ante un problema se detienen, cierran los ojos, se concentran, piensan… para buscar una solución. Así también hemos de hacer nosotros, educadores, padres y madres… ya que este problema es mucho más transcendente. Las otras ciencias trabajan con materiales, hierro, ladrillos… pero ésta trabaja con personas; en concreto unas personitas que queremos profundamente y que son nuestros hijos.

Afortunadamente la ciencia de la educación avanza positivamente. Nos da pistas acertadas. Se trata de conjugar ese respeto y trato amable, con una dirección firme y segura. Ser benévolos o comprensivos no quiere decir, ni mucho menos, permitir que hagan lo que quieran. No. Eso les confundiría totalmente; sería como decirles: “Bueno, si tú lo ves así, hazlo; no pasa nada.” Cuando en realidad sí pasa y mucho; posiblemente con consecuencias muy negativas para ellos.

Si a un niño o joven que insiste en comprar y consumir por puro capricho le consentimos, pensando que eso es ser “comprensivos”, le estamos diciendo sin palabras “Puedes comprar, no pasa nada” ya que se lo hemos permitido. Sin embargo, cuando con buenas palabras y razones le decimos que no se lo compramos y así lo hacemos, aunque llore o patalee, le estamos transmitiendo el mensaje “Mira, como no es conveniente para ti porque te harías caprichoso e impulsivo, tenemos claro que no lo vamos a comprar”.

Puede servirnos el ejemplo de un médico. Un médico puede ser amable en el trato y al mismo tiempo mandarte (con una sonrisa) una dieta muy sacrificada y estricta si te ha descubierto diabetes. El médico ha de ser fiel a la verdad que él conoce y actuar buscando la salud del enfermo, aunque éste le mueva a compasión. Mal médico sería el que, por pena, le dijera al enfermo que puede hacer o tomar lo que quiera, cuando sabe que puede tener consecuencias graves e irreversibles.

Hay quien dice que educar con firmeza produce rebeldía. Realmente la firmeza no produce rebeldes, lo que pasa es que solemos usar la firmeza con el abuso de autoridad y la falta de respeto, y ésta SÍ que provoca rebeldía, pues se hiere el ánimo y el orgullo del educando que se ve sometido y tratado sin respeto. A esto todos somos muy sensibles ¿no es verdad? Sin embargo, si la autoridad se aplica con respeto y el educando se ve y se siente tratado con cariño, está más dispuesto a razonar y tomar aquella opción como propia.

Queridos padres, seamos firmes en lo que veamos claro; busquemos orientación en lo que no sepamos y seamos conscientes de que la carga de la educación recae en nosotros, no en los hijos. Esa carga sería ese aguantarles sus protestas; esa paciencia para esperar un poco más por escoger este camino de respeto y no de violencia;  ese no desanimarse cuando no nos parece ver en ellos todavía los resultados que ya tocarían; esa constancia para seguir hablando y haciéndoles pensar con amabilidad lo que ya tantas veces les hemos explicado,  y ese no dejarlo nunca, pase lo que pase.

Ahora se trata no sólo de saber todas estas pistas,  sino de vivirlas, aplicarlas, empeñar nuestra vida en ellas. 
Intentaremos ir proponiéndoos cuentos y juegos para que ese “dirigir con firmeza” les resulte más ameno y divertido, evitando tener que hacerlo “por las malas”. Serán temas o cuentos que nos servirán como un escenario donde iremos sacando a actuar los distintos  valores o puntos a trabajar.

EDUCAR A LA HORA, EN VEZ DE A DESHORA

Imaginemos que nos entrara la moda de no preparar nada de comer a nuestros hijos en desayuno, comida, merienda y cena. ¡Qué cómodo!¿verdad? Pero… ¿aceptarían ellos esta nueva costumbre? Posiblemente a las pocas horas de levantarse dirían que tienen hambre. Abriríamos el armario y buscaríamos algo para picar: unas galletitas, unas onzas de chocolate… algo para engañar al estómago. Claro, esto realmente no alimenta con que al cabo de unas horas nos pedirían más. De nuevo a matar el hambre con otra cosilla: unas pipas, un trozo de pan, unas patatas fritas... El cuerpo demandaría constantemente porque necesita una dieta “verdadera”, no que engañe. Y vuelta al armario.
Decidnos: ¿Qué tipo de alimentación estarían teniendo nuestros hijos? Estamos de acuerdo: un auténtico desastre. Estaríamos creando unos organismos totalmente débiles, enfermizos e incapaces. Realmente no sabemos cuánto aguantarían sin fallar por algún lado.
Además, aunque al principio dijéramos: “¡qué gusto eso de no tener que preparar comida! Se acabaron las preocupaciones…”, no nos engañemos, al final nos molestaría que nos pidieran de “picar” de forma constante. Acabaría pareciéndonos que nos interrumpen constantemente (pues cuando no es uno es otro), nos parecería otro tipo de “esclavitud”, atados a tanta petición cansina e inoportuna.
Toda esta suposición la vemos disparatada. Una forma de proceder totalmente incorrecta. Indudablemente, si no les damos de comer a la hora, lo pedirán a deshora.
Pero vamos ahora a pasarnos al terreno de la educación. ¿No puede ser que hagamos lo mismo? Si no educamos “a la hora”, tendremos que hacerlo a deshora.
Imaginemos a Juan, un niño como cualquier otro. Nada más llegar a casa deja el abrigo en el sofá y coge un tebeo. Después se sienta “resbalao” en el sofá.
            -Juan, cuelga el abrigo.
Juan sigue leyendo su tebeo. Al cabo de un rato:
            -Juan ¡cuelga el abrigo! Pero… ¿aún estás así? Anda, ponte rápido las zapatillas de estar por casa y siéntate bien…
A la hora de comer:
            -¡no toques la comida con los dedos!...
            -¡no te eches para atrás en la silla y estate quieto! ¿vale?...
            -¿quieres dejar a tu hermano tranquilo, por favor?...
Después de una agradable comida llega la hora de volver al cole:
            -Juan ¿quieres  peinarte de una vez que aún llegaremos tarde?
Por la tarde  al salir del cole tomamos la merienda en el parque y allí todos se airean. Juan va a lo suyo y corre sin mirar,  casi tira al suelo a un anciano que iba tranquilo.
            -¡¡ Juan, por favor!! ¡Ten cuidado y mira por dónde vas!
Y así podríamos seguir: para volver a casa, para ponerse a estudiar, para que no se pelee con su hermano, para que recoja su habitación, para que hable con respeto… ¿no os suena eso? en fin,  todos  tenemos hijos muy bien surtidos.
Nunca nos irá mal revisar este punto de vez en cuando, por más que creamos que ya lo vamos haciendo bien. ¿No ocurre muchas veces que reducimos la educación a un reprochar y corregir  cuando aflora un mal comportamiento o actuación en ellos? Además lo hacemos al instante, sin mirar si es el momento más adecuado, con peligro de que sea con mal humor, mal tono y mala cara. Más puede parecer un desahogo nuestro que un propósito real de educar, porque de hecho generalmente no tomamos después ningún tipo de medida.  ¿Os suena eso de: “Perro ladrador, poco mordedor”…? Y lo mejor es que queremos que nos acepten la advertencia con sumisión, alegría y deseo de superarse…
Estas “ansias” educativas que nos entran las podríamos comparar con uno que, ante el enemigo, saca la metralleta y desesperado dispara a lo loco, sin control, sin mirar…Más nos valdría apuntar con toda serenidad al blanco y un solo tiro. Así no fallamos.


¿Qué  sería entonces educar a la hora?

Nos sirve de ayuda pensar en los colegios. ¿Cómo  transmiten conocimientos? Explicándolos, hablando de ellos.
En la educación lo mismo; se trataría de ir “explicándoles” cómo son las cosas: cómo se vive en sociedad; qué son normas de educación y qué faltas de educación; fomentar los buenos sentimientos, el respeto y tolerancia; saber reconocer errores y pedir disculpas; hablar de lo bonito que es el orden, las ventajas de ser trabajador y no perezoso; la suerte de que confíen en ti por ser responsable…y de que empleen sus muchas cualidades para hacer que este mundo sea un poquito mejor, que es nuestra obligación... ¡Cuántos temas vitales para hablar!
Todo esto dado poquito a poco, según la edad… Es muy bueno acostumbrarse a hablar con los hijos diariamente, con motivo también de algo que ocurre, vemos o viven. Aprovechar las ocasiones que la vida nos brinda, que si estamos atentos, son miles. Porque en eso consiste ser padres, en enseñarles qué es la vida y cómo han de realizarse en ella, proyectando lo mejor de sí en beneficio del bien de todos. A fin de cuentas ¿de qué sirven tantas matemáticas, informática e idiomas… si no es para eso? Si viven así se sentirán  felices y realizados, si no, fracasados. Por tanto, las materias que los padres enseñamos son incomparablemente más vitales e importantes que todos los conocimientos técnicos que puedan adquirir. ¿No merece, pues, la pena que dediquemos tiempo a enseñarles todo esto?
Si aseguramos ese ratito diario de trato personal, ese “alimento a su hora”,  se sentirán mejor, sabrán mejor cómo deben portarse y por tanto, habrá menos comportamientos incorrectos (con lo cual ya no tendremos que corregir o “educar a deshora” tantas veces). Como suele decir el refrán: “Se recoge lo que se siembra” y “más vale prevenir que curar”.
Si se portaban mal por llamar la atención, también lo harán menos, porque ahora ya está saciado su deseo de ser tenidos en cuenta.
Con los hijos es mejor ir por delante de ellos, dirigiendo y proponiendo que no por detrás, arreglando y sufriendo sus equivocaciones. Lógicamente nos sentiremos más realizados haciendo de auténticos padres que no haciendo de “escobas”. Como veis, mirémos por donde lo miremos es muy interesante sacarse un ratito para “educar a la hora” (por más que nos parezca que no tenemos tiempo). Y por si aún os queda alguna duda, os trascribimos un texto que nos han proporcionado y que viene como anillo al dedo.


EL GESTOR DE TIEMPO Y EL TARRO DE PIEDRAS

Un experto asesor de empresas especialista en gestión de tiempo, quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio de exposición, un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja de piedras del tamaño de un puño y preguntó: 
-¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?
Después que los asistentes hicieron sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta llenar el frasco. Luego volvió a preguntar:
 -¿Les parece que está lleno...?
Todo el mundo lo miró y asintió pero con temor y dudas. Entonces el conferenciante sacó de debajo del escritorio una bolsa con piedras más pequeñas, las metió en el frasco y lo agitó. Las pequeñas piedras penetraron por los espacios que dejaron las grandes piedras. El experto sonrió con ironía y repitió:
- ¿Les parece que ahora está lleno...?
Esta vez la audiencia dudó:
 - Tal vez no...- dijeron a coro.
- Bien... Veo que están atentos.
Y ubicó sobre la mesa un cubo de arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y las piedrecillas.
- ¿Ahora si les parece que está lleno...?  -volvió a preguntar.
- Sí- exclamaron con seguridad los asistentes.
- Bien- y acto seguido tomó una jarra de agua que comenzó a verter en el frasco hasta cubrirlo totalmente. 
- Bueno, ¿qué hemos demostrado?- preguntó.
-Que no importa  lo apretada que tengas tu agenda. Si te empeñas al final hay tiempo para todo- dijo uno de los asistentes.
- No –dijo el asesor. Lo que esta lección nos enseña es que si no colocamos las piedras grandes primero, nunca las podremos colocar después...
Ahora bien: ¿cuáles son las piedras grandes de nuestra vida...? ¿mis hobbies, la salud, el dinero, la familia, la educación…? Recuerden: estas piedras grandes pónganlas primero en su vida. El resto ya encontrará su lugar.

ANIMO PADRES


Podríamos comparar la tarea educativa con una larga excursión. Supongamos un paraje montañoso, todo él lleno de frondosos árboles, queremos llegar al pico, que se alza imponente; allí la vista será sobrecogedora, los lagos, la nieve, el inmenso cielo azul… Empezamos a subir, paso a paso; el sendero es estrecho, pedregoso… hay que mirar bien donde se ponen los pies, pues las piedras hacen resbalar. A veces hay posibilidad de caerse. Conforme subimos nos vamos cansando, nos duelen los pies, hace más bien frío….acusamos ya el peso de la mochila. Empiezan las quejas. La excursión se nos torna costosa, es muy cansado estar siempre mirando el suelo para no tropezar, y el suelo, la verdad, no es muy atrayente. En esos momentos es necesario parar y elevar la mirada a la cima. ¡Sí! Es imponente, allí se alza, majestuosa…parece que me llama, parece que me invita a superar el cansancio, a relativizar el esfuerzo…; parece que me grita sin palabras: ¡Conquístame! ¡Animo, debes alcanzarme, para eso estoy! ¿De que me sirve ser si nadie me alcanza? Desde aquí todo lo verás más bello… ¡Merece la pena!

Así puede ocurrirnos a nosotros. Al nacer nuestro primer hijo, un instinto poderoso despierta en nosotros, lo sentimos; deseamos ser unos padres dignos de este nombre, deseamos ofrecer a ese hijo que nace, lo mejor; deseamos que llegue a ser una persona feliz, que llegue a realizarse al máximo, conscientes de que eso va a suponernos grandes sacrificios. Estamos dispuestos y esta idea nos hace felices. Pero…pasa el tiempo, pasamos malas noches, los lloros imparables martillean la cabeza… el aburrimiento de dar de comer al que no quiere abrir la boca…de tanto en tanto, enferman….y cuando crecen… empiezan los ¡¡NO!!A veces son poco respetuosos, poco obedientes, no escuchan… exigen, contestaciones insultantes, no les gusta trabajar ni hacer los deberes… no agradecen… o sino, son poco aceptados entre los compañeros y esto nos duele profundamente…en fin ¿qué os vamos a decir? Esto acaba minando nuestros ánimos. Ya estamos mirando el suelo; no vemos más que piedras y piedras… todas igual de feas y aburridas. ¿Para qué continuar esta excursión? Es necesario volver a mirar la cima, la meta… ¡Sí! Nuestros hijos nos necesitan, han de llegar a ser personas muy completas. No sólo esto, sino personas solución, flechadas hacia lo mejor ¡ES POSIBLE! ¡Es tremendamente necesario! El mundo necesita esta aportación, es más, ¡el mundo se nos hunde sin esta aportación!

Esta mirada a lo lejos, nos hace elevar la vista sobre la rutina, el cansancio y la desidia diarias. ¡¡ANIMO PADRES!! No cedamos a la tentación de no educar, no nos rindamos ante sus numerosos y frecuentes problemas. Buscad ayuda, orientación… es vital. Para eso os escribimos y nos ofrecemos.
Ver en cada hijo un tesoro por descubrir, una persona que tiene mucho que aportar. De nuestra labor educativa depende su felicidad, también la nuestra, la felicidad de la sociedad y el mundo del mañana. No podemos rendirnos, no podemos abandonar. Estamos construyendo historia, estamos construyendo humanidad.