jueves, 21 de febrero de 2013

EDUCAR A LA HORA, EN VEZ DE A DESHORA

Imaginemos que nos entrara la moda de no preparar nada de comer a nuestros hijos en desayuno, comida, merienda y cena. ¡Qué cómodo!¿verdad? Pero… ¿aceptarían ellos esta nueva costumbre? Posiblemente a las pocas horas de levantarse dirían que tienen hambre. Abriríamos el armario y buscaríamos algo para picar: unas galletitas, unas onzas de chocolate… algo para engañar al estómago. Claro, esto realmente no alimenta con que al cabo de unas horas nos pedirían más. De nuevo a matar el hambre con otra cosilla: unas pipas, un trozo de pan, unas patatas fritas... El cuerpo demandaría constantemente porque necesita una dieta “verdadera”, no que engañe. Y vuelta al armario.
Decidnos: ¿Qué tipo de alimentación estarían teniendo nuestros hijos? Estamos de acuerdo: un auténtico desastre. Estaríamos creando unos organismos totalmente débiles, enfermizos e incapaces. Realmente no sabemos cuánto aguantarían sin fallar por algún lado.
Además, aunque al principio dijéramos: “¡qué gusto eso de no tener que preparar comida! Se acabaron las preocupaciones…”, no nos engañemos, al final nos molestaría que nos pidieran de “picar” de forma constante. Acabaría pareciéndonos que nos interrumpen constantemente (pues cuando no es uno es otro), nos parecería otro tipo de “esclavitud”, atados a tanta petición cansina e inoportuna.
Toda esta suposición la vemos disparatada. Una forma de proceder totalmente incorrecta. Indudablemente, si no les damos de comer a la hora, lo pedirán a deshora.
Pero vamos ahora a pasarnos al terreno de la educación. ¿No puede ser que hagamos lo mismo? Si no educamos “a la hora”, tendremos que hacerlo a deshora.
Imaginemos a Juan, un niño como cualquier otro. Nada más llegar a casa deja el abrigo en el sofá y coge un tebeo. Después se sienta “resbalao” en el sofá.
            -Juan, cuelga el abrigo.
Juan sigue leyendo su tebeo. Al cabo de un rato:
            -Juan ¡cuelga el abrigo! Pero… ¿aún estás así? Anda, ponte rápido las zapatillas de estar por casa y siéntate bien…
A la hora de comer:
            -¡no toques la comida con los dedos!...
            -¡no te eches para atrás en la silla y estate quieto! ¿vale?...
            -¿quieres dejar a tu hermano tranquilo, por favor?...
Después de una agradable comida llega la hora de volver al cole:
            -Juan ¿quieres  peinarte de una vez que aún llegaremos tarde?
Por la tarde  al salir del cole tomamos la merienda en el parque y allí todos se airean. Juan va a lo suyo y corre sin mirar,  casi tira al suelo a un anciano que iba tranquilo.
            -¡¡ Juan, por favor!! ¡Ten cuidado y mira por dónde vas!
Y así podríamos seguir: para volver a casa, para ponerse a estudiar, para que no se pelee con su hermano, para que recoja su habitación, para que hable con respeto… ¿no os suena eso? en fin,  todos  tenemos hijos muy bien surtidos.
Nunca nos irá mal revisar este punto de vez en cuando, por más que creamos que ya lo vamos haciendo bien. ¿No ocurre muchas veces que reducimos la educación a un reprochar y corregir  cuando aflora un mal comportamiento o actuación en ellos? Además lo hacemos al instante, sin mirar si es el momento más adecuado, con peligro de que sea con mal humor, mal tono y mala cara. Más puede parecer un desahogo nuestro que un propósito real de educar, porque de hecho generalmente no tomamos después ningún tipo de medida.  ¿Os suena eso de: “Perro ladrador, poco mordedor”…? Y lo mejor es que queremos que nos acepten la advertencia con sumisión, alegría y deseo de superarse…
Estas “ansias” educativas que nos entran las podríamos comparar con uno que, ante el enemigo, saca la metralleta y desesperado dispara a lo loco, sin control, sin mirar…Más nos valdría apuntar con toda serenidad al blanco y un solo tiro. Así no fallamos.


¿Qué  sería entonces educar a la hora?

Nos sirve de ayuda pensar en los colegios. ¿Cómo  transmiten conocimientos? Explicándolos, hablando de ellos.
En la educación lo mismo; se trataría de ir “explicándoles” cómo son las cosas: cómo se vive en sociedad; qué son normas de educación y qué faltas de educación; fomentar los buenos sentimientos, el respeto y tolerancia; saber reconocer errores y pedir disculpas; hablar de lo bonito que es el orden, las ventajas de ser trabajador y no perezoso; la suerte de que confíen en ti por ser responsable…y de que empleen sus muchas cualidades para hacer que este mundo sea un poquito mejor, que es nuestra obligación... ¡Cuántos temas vitales para hablar!
Todo esto dado poquito a poco, según la edad… Es muy bueno acostumbrarse a hablar con los hijos diariamente, con motivo también de algo que ocurre, vemos o viven. Aprovechar las ocasiones que la vida nos brinda, que si estamos atentos, son miles. Porque en eso consiste ser padres, en enseñarles qué es la vida y cómo han de realizarse en ella, proyectando lo mejor de sí en beneficio del bien de todos. A fin de cuentas ¿de qué sirven tantas matemáticas, informática e idiomas… si no es para eso? Si viven así se sentirán  felices y realizados, si no, fracasados. Por tanto, las materias que los padres enseñamos son incomparablemente más vitales e importantes que todos los conocimientos técnicos que puedan adquirir. ¿No merece, pues, la pena que dediquemos tiempo a enseñarles todo esto?
Si aseguramos ese ratito diario de trato personal, ese “alimento a su hora”,  se sentirán mejor, sabrán mejor cómo deben portarse y por tanto, habrá menos comportamientos incorrectos (con lo cual ya no tendremos que corregir o “educar a deshora” tantas veces). Como suele decir el refrán: “Se recoge lo que se siembra” y “más vale prevenir que curar”.
Si se portaban mal por llamar la atención, también lo harán menos, porque ahora ya está saciado su deseo de ser tenidos en cuenta.
Con los hijos es mejor ir por delante de ellos, dirigiendo y proponiendo que no por detrás, arreglando y sufriendo sus equivocaciones. Lógicamente nos sentiremos más realizados haciendo de auténticos padres que no haciendo de “escobas”. Como veis, mirémos por donde lo miremos es muy interesante sacarse un ratito para “educar a la hora” (por más que nos parezca que no tenemos tiempo). Y por si aún os queda alguna duda, os trascribimos un texto que nos han proporcionado y que viene como anillo al dedo.


EL GESTOR DE TIEMPO Y EL TARRO DE PIEDRAS

Un experto asesor de empresas especialista en gestión de tiempo, quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio de exposición, un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja de piedras del tamaño de un puño y preguntó: 
-¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?
Después que los asistentes hicieron sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta llenar el frasco. Luego volvió a preguntar:
 -¿Les parece que está lleno...?
Todo el mundo lo miró y asintió pero con temor y dudas. Entonces el conferenciante sacó de debajo del escritorio una bolsa con piedras más pequeñas, las metió en el frasco y lo agitó. Las pequeñas piedras penetraron por los espacios que dejaron las grandes piedras. El experto sonrió con ironía y repitió:
- ¿Les parece que ahora está lleno...?
Esta vez la audiencia dudó:
 - Tal vez no...- dijeron a coro.
- Bien... Veo que están atentos.
Y ubicó sobre la mesa un cubo de arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y las piedrecillas.
- ¿Ahora si les parece que está lleno...?  -volvió a preguntar.
- Sí- exclamaron con seguridad los asistentes.
- Bien- y acto seguido tomó una jarra de agua que comenzó a verter en el frasco hasta cubrirlo totalmente. 
- Bueno, ¿qué hemos demostrado?- preguntó.
-Que no importa  lo apretada que tengas tu agenda. Si te empeñas al final hay tiempo para todo- dijo uno de los asistentes.
- No –dijo el asesor. Lo que esta lección nos enseña es que si no colocamos las piedras grandes primero, nunca las podremos colocar después...
Ahora bien: ¿cuáles son las piedras grandes de nuestra vida...? ¿mis hobbies, la salud, el dinero, la familia, la educación…? Recuerden: estas piedras grandes pónganlas primero en su vida. El resto ya encontrará su lugar.

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