miércoles, 17 de abril de 2013

EDUCAR CON CUENTOS: APRENDER A CONVIVIR


Siguiendo la metodología propuesta en Programa de educación en valores a través de cuentos, vamos a tratar el tema de la convivencia.


Convivir, como su nombre indica, es vivir con;  por tanto podríamos definir  “convivir”  como el arte de saber vivir con otras personas. El hombre es un ser sociable por naturaleza, de ahí que se realiza en esta relación con los demás, en esta proyección de su ser y su actividad en los otros. Cualquier profesión cobra todo su sentido cuando se realiza con este empeño de beneficiar y ser útil a la sociedad. Todo esto es aún más patente en la familia, un espacio en el que el círculo de las relaciones es mucho más estrecho e intenso, donde cada miembro tiene el gratificante  deber y  derecho de dar y recibir, de ser querido y aceptado.
Bien pensado saber convivir  es la “asignatura” más práctica y necesaria de todas, pues estamos inmersos en una sociedad,  la que más provecho nos puede hacer en nuestra vida y de la que depende, en buena parte, nuestra felicidad. Conviene valorar todo aquello que mejore la convivencia pues si en nuestro espacio familiar o laboral falla, nos sentiremos fracasados, aunque no falte detalle en la vivienda o instalaciones.

Una buena convivencia no depende sólo de la suerte, es también fruto de nuestro empeño.

Indudablemente, hay personas con un natural más agradable que otras, pero la buena convivencia es algo que todos podemos conseguir; obviamente con esfuerzo, como todo en la vida.
Podríamos analizar algunos aspectos que ayudan a mejorar nuestra convivencia:
  • Superar el individualismo. 
  • Saber escuchar.
  • Aumentar la comunicación.
  • Saber dialogar.
  • Ponerse en el lugar del otro, aumentar nuestro nivel de comprensión.
  • Reconocer nuestros errores, saber pedir disculpas, saber disculpar.
  • Tolerancia, Afecto.

Superar el individualismo:
 El espíritu competitivo de nuestra sociedad, la vida de prisas que llevamos y el egoísmo innato al hombre, producen un efecto de “ir a la nuestra” que parece ir aumentando en cada generación.
El individualismo, es decir, mirar en exceso por uno mismo, el pensar que lo mío es lo único que importa, es un espejismo que se paga caro. Los demás existen, por tanto vivir como si no existieran es vivir fuera de la realidad. Por ejemplo, los hijos existen. Cuando uno se prioriza constantemente a sí mismo se crea un ambiente incómodo alrededor que acabará incluso contra él. Se entra en una espiral cuyo centro es uno, que acaba ahogando.
El individualismo es dañino en cualquier parte, pero en la familia es letal. Entre padre y madre y entre éstos y los hijos ha de sentirse que los demás cuentan, son queridos y tenidos en cuenta. No tengamos miedo a dar nuestro tiempo, a ceder. En estas cosas quien parece que pierde “gana” y el que parece que gana “pierde”.


Saber escuchar:
 Y que lo perciban los demás. Escuchar mucho, escuchar siempre. Dejar que se expliquen hasta el final, aunque a veces imaginemos lo que nos van a decir. A veces sólo buscan  sentirse escuchados, encontrar alguien con quien compartir la carga de sus pequeñas o grandes preocupaciones.  No deberíamos permitir nunca que en nuestra familia alguien se sienta solo. Escuchar no está reñido con decirle correctamente a un hijo que hablaremos más en otro momento, si el horario no lo permite. También es educar el regirse por el orden que la vida nos impone. 


Aumentar nuestra comunicación:
 Sí, nos conviene abrirnos. Igual que nos gusta que tengan confianza con nosotros y nos cuenten sus cosas,  a los demás también que yo les haga partícipes de lo mío. Notan que les apreciamos y que son dignos de nuestra confianza.  Esto no anula la discreción para contar las cosas a quien se deben contar, pero siempre es posible dar calor al ambiente con una conversación adecuada al momento y a las personas presentes.
Saberse abajar a los niños con los temas que a ellos les gustan, aunque sea reírse de un chiste que te  han contado tres veces. Sabernos contar padre y madre nuestros sentimientos, los acontecimientos diarios, lo que nos preocupa, darnos ánimos, relativizar las preocupaciones…  Esto es mucho más importante de lo que parece. Toda esta comunicación produce, suave y naturalmente, una fortísima unión entre las personas. Desgraciadamente la falta de esta comunicación produce, también suave y naturalmente, una fortísima desunión.


Saber dialogar:
Un largo tema que ahora sólo nombraremos. Fundamental entre padre y madre. Fundamental con los hijos. Fundamental con todos. Hace falta tener una mentalidad abierta para aceptar la manera de pensar de los demás, con respeto.
Lo ideal sería tener un clima de diálogo donde se pueda hablar con libertad porque  uno se sienta escuchado y respetado, donde se vean pros y contras, se razone sin intereses, buscando lo  mejor. Cuatro ojos ven más que dos; no se trata de ver quien gana, sino de encontrar la mejor solución   ¿no es así?  Una vez encontrada  se acepta gustosamente, sin importar quien la propuso.
Un clima de diálogo correcto nunca debería aceptar los enfados, imposiciones y prepotencia, interrupciones y atropellos… esto no lleva a ninguna parte. Es más, si la ideología de una persona  acepta todo esto y falta el respeto debido a las personas, se desacredita a sí misma y a su manera de pensar.


Ponerse en el lugar del otro, aumentar nuestro nivel de comprensión:
Un ejercicio que debemos practicar con frecuencia. Cuando alguno de los nuestros tenga un desliz o una actuación incorrecta no nos irá mal pensar: ”¿cómo se sentirá?... quizás haya pasado un día tenso o esté cansado”. Hemos de comprender que cada uno andamos por la vida “azotados” por muchos vientos. También podría ser debido a su forma de ser o carácter. El hombre es un ser muy complejo, resultado de una infinidad de factores: la educación recibida, las circunstancias que le ha tocado vivir, su propio temperamento, su propio físico…
Siempre nos irá mejor dar un amplio margen al otro, saber esperar... Esto no está reñido con hablar en otro momento, sino  todo lo contrario. Debemos hablar muchas veces, quizás más de lo que lo hacemos, pero siempre de tal modo que el otro se sienta comprendido y animado. 


Reconocer nuestros errores, saber pedir disculpas, saber disculpar:
Si nadie es perfecto ¿por qué nos costará tanto disculpar? Sin embargo ¿por qué nos gustará tanto que nos disculpen?
Cuando una persona es capaz de reconocer su error y pedirnos disculpas parece recuperarse la distancia que se había creado entre nosotros y ella. Deberíamos ver muy natural el  gesto de pedir perdón por nuestros fallos,  así como el de disculpar al que comete errores, ya que el equivocarse es igual de natural en las personas. No nos empeñemos en crear barreras entre nosotros, seamos amigos de quitar hierro a los errores ajenos y evitaremos muchísimos problemas y sinsabores.


Tolerancia y Afecto:
Es muy importante saber vivir en este mundo rodeado de personas de mil formas y colores, y que piensen de forma muy distinta. Obviamente cada uno tenemos unos criterios que nos convencen y dirigen nuestras actuaciones, pero esto no está reñido con respetar la forma de pensar de los demás. Con esta mentalidad todos salimos ganando, pues no hay unos contra otros sino distintas aportaciones, distintas visiones de las cosas y problemas. Si aplicamos fuerzas en la misma dirección (progresar, construir, encontrar soluciones…) éstas se suman; si tiramos en direcciones contrarias, se anulan.
Se habla mucho de la tolerancia, aceptar a las personas y respetarlas. Está muy bien, pero se queda bastante corto. A las personas no sólo hay que tolerarlas (sobrellevarlas con resignación), se merecen más, mucho más. Les debemos afecto. Cada persona es una riqueza para los demás, a pesar de sus limitaciones, y sólo cuando nos sentimos valorados somos capaces de sacar lo mejor de uno mismo. Empecemos por los de nuestra casa, que no les falte nunca nuestra ayuda y nuestro afecto.
Otra idea que puede ayudarnos a aumentar el afecto en casa es la de  tener detalles. Hay hermanos que se pelean con frecuencia, podemos aconsejarles que compensen sus “déficits” de tolerancia  con “extras” de afecto;  por ejemplo, si uno pegó o insultó a otro en un momento dado, puede compensar esa falta de tolerancia con un extra: hacerle su cama u otro trabajo que le correspondiera. Se trata de restituir el afecto que indebidamente se le quitó.
 Si queremos que en nuestra casa abunden este tipo de detalles, los padres hemos de ser los  principales promotores. Hacer  favores, dar sorpresas, ayudar desinteresadamente… todo esto refuerza fuertemente la convivencia.


JUEGO MOTIVACIÓN: “FUEGO EN LA ISLA”

Ahora vamos a proponernos un juego que fomente el pensar detalles para hacer a los demás.
Nos pondremos un fin de semana con nuestro hijos a dibujar en un gran cartel un paisaje de mar con  dos islas caribeñas, separadas unos 20 cm una de la otra. En una de ellas hay fuego. En ella viven muchos animalitos que ahora están en peligro de muerte. (Estos animalitos los podemos recortar de cuadernos ya usados del cole, revistas, cuadernillos baratos de colorear, o dibujados por ellos). Los ponemos pegados en la isla con un pequeño celo.
Ahora cada niño va a tener una pequeña canoa donde cabrán él o ella (será un muñequito que lo represente)  y uno de los animalitos que quieren salvar. El objetivo es llevarlo a la otra isla, donde estará a salvo y vivirá muy a gusto entre  sus palmeras. Para ello, la canoa tiene que avanzar 5 ó 6 tramos (puede ser útil el belcro adhesivo para fijar la canoa y marcar los tramos; también puede ser plastificar el trayecto con un celo ancho y usar un rollito de celo normal para pegar la canoa al camino). Cada vez que el niño/a tenga un detalle con alguien de la casa, avanza la canoa.  ¡A ver a cuántos animalitos logramos salvar! Es toda una hazaña ayudar y arriesgarse por alguien, sensibilizarse por las necesidades de otros.



 












Al final de mes podemos hacer una fiesta  con globos y cadenetas (siempre preparar todo con ellos, poniendo mucha emoción, que les gusta muchísimo) para celebrar que TODOS se han salvado gracias a nuestra valentía y disponibilidad. ¡Celebremos que en nuestra casa nos queremos!



HISTORIA DE LA PRIMERA SEMANA: PONERSE EN EL LUGAR DEL OTRO:

(Adaptación de un cuento oriental)
Julio y Enrique iban a 3º de Infantil y tenían 5 años. La profesora les mandó jugar en el rincón del mercado. Tenían una tienda muy maja, provista de tomates, pimientos, patatas, verduras... en fin, de todo un poco y un gracioso carro de compra. Al cabo de un rato se peleaban porque los dos querían el carrito. La profesora les invitó a pensar en el otro.
                -¿Y qué es pensar en el otro?- dijo Julio.
                - Os lo voy a explicar con un cuento – dijo Manoli la profesora.
“Había una vez un duende que quiso enseñarle a una niña, Maribel, el país de las penas y el país de la felicidad.
- Vamos primero al país de las penas –le dijo el duende a Maribel.
 Le llevó a un gran salón, muy bonito y acogedor, donde había una mesa larguísima, llena de manjares, helados y chuches. Alrededor había muchos niños que querían comer de la fiesta, pero... ¡no podían doblar los brazos! Entonces cogían algo, y no podían metérselo en la boca porque no podían doblar el codo. Así todos gemían y nadie comía, y sufrían de apetito sin poderse saciar.
– Vamos ahora al país de la felicidad –dijo el duende.
 Aparecieron en el mismo salón, con la misma mesa y los mismos manjares, helados y chuches. Llena de niños que no podían doblar los brazos.
-¡Eh! –dijo Maribel– querido duende, te has equivocado y me has traído otra vez al país de las penas.
-No, Maribel, fíjate ahora lo que va a pasar.
Los niños que estaban a la mesa pensaban: “Pobre niño de en frente, no puede comer porque no puede doblar el codo. Voy a darle yo”  y eso hacía, cogía algo y le decía: “Toma, amigo, come” “Oh, gracias, toma tú también” –respondía el de enfrente. Y así comían todos y se reían felices, pues todos se preocupaban de los demás y todos quedaban saciados”.
                Manoli la profesora les explicó:
– ¿Veis? ¡Qué bonito! Ahora podéis hacer lo mismo. Julio puede pensar: ¡Qué a gusto jugará mi amigo con este carrito tan mono! Se lo voy a dejar para que eche tomates y fruta. ¡Se lo pasará en grande!
Julio miraba atentamente a Manoli y dijo:
Toma Enrique.
Su amigo jugó un rato, pero él también había comprendido la historia y también quería hacer feliz a su amigo. Por eso, al cabo de unos minutos se acercó a Julio con el carro y le dijo:
Ahora te toca a ti un ratito, que yo ya lo he tenido.
Gracias.
Sin darse cuenta, al cabo de un rato, Julio y Enrique jugaban tranquilamente sin pelear y compraron y vendieron un montón de cosas.

HISTORIA DE LA SEGUNDA SEMANA: SORPRESA A MAMA.

Era una familia con tres niños: Beatriz, la mayor, tenía 10 años; Luis 6 y Marcos 4.

En el colegio estaban trabajando el tema de la paz, que suele ser a finales de Enero. Y Beatriz, que solía tener brillantes ideas, les propuso a sus hermanos el siguiente plan.
                –  ¿Qué os  parece si hoy le damos a mamá una sorpresa? En vez de pelearnos vamos a tener todo hecho antes de que vuelva de comprar.
En esto sube la madre por la escalera pensando:
                ­– Ay, madre mía, espero que no se oigan gritos nada más entrar.
Al llegar al rellano buscaba con prisas la llave para entrar en la casa lo antes posible; como tardaba en encontrarlas pudo notar un extraño silencio en la casa. Por eso paró y escuchó con atención. Se oían cuchicheos. Metió la llave en silencio y entreabrió la puerta,  pero no entró. Quería seguir escuchando.
        Rápido, los vasos – se oía la voz de Beatriz.
Se oía a alguien manejando vasos de la cocina al comedor.
Luego otra vez pasitos, algo se les debía haber olvidado. Mamá esperó hasta que dejó de escuchar las carreritas de los niños del comedor a la cocina y viceversa. Al fin hizo ruido con la puerta para que los niños se percataran de que ya había llegado.
        Bueno, niños, ya estoy aquí con la compra – disimuló.
Oyó risitas y como que corrían a esconderse. Mamá dejó la compra en la cocina e hizo como que buscaba a los niños.
– Ya estoy aquí, ¿dónde estáis? – se dirigió al comedor.
Se oían las risitas de Luis y Marcos, los más pequeños y cómo asomaban la cara por detrás de las cortinas.
        ¡Bueno! ¿qué es esto? – dijo en voz alta–. ¡Qué mesa tan bien puesta! ¡Oh, maravillas! ha venido un hada.
Los niños salieron del escondite riendo y saltando:
– ¡Hemos sido nosotros! ¡Hemos sido nosotros! – decía Luis.
– Mamá y... ¡huele! –decía Marcos poniendo las manos en la nariz de mamá.
– ¡Oh, qué olor a jabón! – decía mamá. – ¡Qué manos tan limpias!
Todos estaban contentos, muy contentos, y sólo por pensar en mamá y darle una sorpresa.


HISTORIA DE LA TERCERA SEMANA: ELISA Y LOS PANECILLOS.

Elisa era una niña de 7 años. Vivía en su pueblo, cerca del castillo, donde vivía su amable rey. Este rey, se preocupaba de que ninguno de sus súbditos pasara necesidad. Y aunque corrían tiempos de sequía, y por ello de pobreza, se esforzaba porque al menos tuvieran diariamente una buena ración de pan. Por eso ordenaba al panadero que todos los días hiciera tantos panes como habitantes había en el feudo. El panadero empezaba haciendo barritas medianas, pero al final se daba cuenta de que la masa no llegaba para todos y acababa haciendo los últimos panes más pequeños. Y esto pasaba todos los días. Con deseo de que tuvieran una buena ración, el panadero empezaba optimista y al final siempre se quedaba corto. ¡En fin!
Después de sacar los panes del horno, se subía en su carreta, se dirigía a la plaza central del pueblo y allí acudían todos a coger su ración diaria.
A las 12 del mediodía todos los habitantes iban allí, pues era la hora del reparto. Elisa también iba, encargada de recoger los 5 panes que le correspondían a su familia y su abuelo.
Al principio la gente hacía cola educadamente, pero al cabo de unos meses ya no tenían tantos miramientos, sobre todo cuando observaban que unos panes eran más grandes que otros. Con que empezaban a empujar, a colarse, incluso a pelearse por ser los primeros en recoger.
Elisa observaba y comprendió que esa forma de actuar no era propia de personas. Sabía que había panes para todos y pensaba que prefería llevarse los que quedaran, aunque fueran más pequeños. De todos modos, si no era ella la afortunada, lo sería otra familia, ¡qué más daba!, el pan no iba a desperdiciarse. ¡Que les aproveche! Ese era su  deseo.
El rey observó esto durante varios días desde su ventana. Y aunque le apenó la actitud egoísta de muchos de sus ciudadanos, le consoló la generosidad y amabilidad de la niña. Al cabo de un tiempo, al rey se le ocurrió una idea para premiar a Elisa.
Un día, cuando Elisa recogió sus panes y se fue a casa, la familia de la niña tuvo una agradable sorpresa: al partir el pan, cada uno descubrió en su panecillo una moneda de oro. El rey había ordenado al panadero que en lo sucesivo pusiera una moneda de oro en los cinco panes más pequeños; de este modo premió a Elisa por su delicadeza y generosidad.


HISTORIA DE LA CUARTA SEMANA: TODO UN DETALLE

Contaba un señor, que se sentía muy afortunado porque él vivió en una familia donde sus padres y hermanos pensaban en los demás.
Así, contaba una anécdota ocurrida a sus dos hermanas mayores, pongamos Sara y Anabel.
Un día la madre les compró dos vestidos: uno amarillo y otro naranja y le dejó escoger a Sara. A ésta le gustaba mucho el naranja, le parecía que claramente era más bonito. Y por eso mismo, pensó que a su hermana también le gustaría más. Entonces Sara dijo que le gustaba más el amarillo para que Anabel se pudiera quedar con el naranja.
Mira por donde Anabel suspiró: – ¡Ay! Bueno, vale, yo me quedo con el naranja, que es muy bonito mamá.
Este pequeño suspiro le dio la pista a Sara que Anabel prefería el amarillo y le propuso cambiarlo. Ésta sonrió. Al final las dos contentas por tener un bonito vestido y sobre todo por tener una excelente hermana.
¿Verdad que te gustaría tener un hermano o hermana así? Alguien tiene que empezar.
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También son muy interesantes los populares cuentos  "El Príncipe feliz" y "El gigante egoista" de Oscar Wilde que va bien releer de vez en cuando. Hay algunas versiones verdaderamente lacrimógenas.