Siguiendo la metodología
propuesta en Programa de educación en valores a través de cuentos, vamos a tratar el tema de la convivencia.
Convivir, como su nombre indica,
es vivir con; por tanto podríamos
definir “convivir” como el arte de saber vivir con otras
personas. El hombre es un ser sociable por naturaleza, de ahí que se realiza en
esta relación con los demás, en esta proyección de su ser y su actividad en los
otros. Cualquier profesión cobra todo su sentido cuando se realiza con este
empeño de beneficiar y ser útil a la sociedad. Todo esto es aún más patente en
la familia, un espacio en el que el círculo de las relaciones es mucho más
estrecho e intenso, donde cada miembro tiene el gratificante deber y
derecho de dar y recibir, de ser querido y aceptado.
Bien pensado saber convivir es la “asignatura” más práctica y necesaria
de todas, pues estamos inmersos en una sociedad, la que más provecho nos puede hacer en
nuestra vida y de la que depende, en buena parte, nuestra felicidad. Conviene
valorar todo aquello que mejore la convivencia pues si en nuestro espacio familiar
o laboral falla, nos sentiremos fracasados, aunque no falte detalle en la
vivienda o instalaciones.
Una buena convivencia no depende sólo de la suerte, es también fruto de
nuestro empeño.
Indudablemente, hay personas con
un natural más agradable que otras, pero la buena convivencia es algo que todos
podemos conseguir; obviamente con esfuerzo, como todo en la vida.
Podríamos analizar algunos
aspectos que ayudan a mejorar nuestra convivencia:
- Superar el individualismo.
- Saber escuchar.
- Aumentar la comunicación.
- Saber dialogar.
- Ponerse en el lugar del otro, aumentar nuestro nivel de comprensión.
- Reconocer nuestros errores, saber pedir disculpas, saber disculpar.
- Tolerancia, Afecto.
Superar el individualismo:
El espíritu competitivo de
nuestra sociedad, la vida de prisas que llevamos y el egoísmo innato al hombre,
producen un efecto de “ir a la nuestra” que parece ir aumentando en cada
generación.
El individualismo, es decir,
mirar en exceso por uno mismo, el pensar que lo mío es lo único que importa, es
un espejismo que se paga caro. Los demás existen, por tanto vivir como si no
existieran es vivir fuera de la realidad. Por ejemplo, los hijos existen.
Cuando uno se prioriza constantemente a sí mismo se crea un ambiente incómodo
alrededor que acabará incluso contra él. Se entra en una espiral cuyo centro es
uno, que acaba ahogando.
El individualismo es dañino en
cualquier parte, pero en la familia es letal. Entre padre y madre y entre éstos
y los hijos ha de sentirse que los
demás cuentan, son queridos y tenidos en cuenta. No tengamos miedo a dar
nuestro tiempo, a ceder. En estas cosas quien parece que pierde “gana” y el que
parece que gana “pierde”.
Saber escuchar:
Y que lo perciban los demás.
Escuchar mucho, escuchar siempre. Dejar que se expliquen hasta el final, aunque
a veces imaginemos lo que nos van a decir. A veces sólo buscan sentirse escuchados, encontrar alguien con
quien compartir la carga de sus pequeñas o grandes preocupaciones. No deberíamos permitir nunca que en nuestra
familia alguien se sienta solo. Escuchar no está reñido con decirle correctamente a un hijo que hablaremos más en otro momento, si el horario no lo permite. También es educar el regirse por el orden que la vida nos impone.
Aumentar nuestra comunicación:
Sí, nos conviene abrirnos. Igual
que nos gusta que tengan confianza con nosotros y nos cuenten sus cosas, a los demás también que yo les haga
partícipes de lo mío. Notan que les apreciamos y que son dignos de nuestra
confianza. Esto no anula la discreción
para contar las cosas a quien se deben contar, pero siempre es posible dar
calor al ambiente con una conversación adecuada al momento y a las personas
presentes.
Saberse abajar a los niños con
los temas que a ellos les gustan, aunque sea reírse de un chiste que te han contado tres veces. Sabernos contar padre
y madre nuestros sentimientos, los acontecimientos diarios, lo que nos
preocupa, darnos ánimos, relativizar las preocupaciones… Esto es mucho más importante de lo que
parece. Toda esta comunicación produce, suave y naturalmente, una fortísima
unión entre las personas. Desgraciadamente la falta de esta comunicación
produce, también suave y naturalmente, una fortísima desunión.
Saber dialogar:
Un largo tema que ahora sólo
nombraremos. Fundamental entre padre y madre. Fundamental con los hijos.
Fundamental con todos. Hace falta tener una mentalidad abierta para aceptar la
manera de pensar de los demás, con respeto.
Lo ideal sería tener un clima de
diálogo donde se pueda hablar con libertad porque uno se sienta escuchado y respetado, donde se
vean pros y contras, se razone sin
intereses, buscando lo mejor. Cuatro
ojos ven más que dos; no se trata de ver quien gana, sino de encontrar la mejor
solución ¿no es así? Una vez encontrada se acepta gustosamente, sin importar quien la
propuso.
Un clima de diálogo correcto
nunca debería aceptar los enfados, imposiciones y prepotencia, interrupciones y
atropellos… esto no lleva a ninguna parte. Es más, si la ideología de una
persona acepta todo esto y falta el
respeto debido a las personas, se desacredita a sí misma y a su manera de
pensar.
Ponerse en el lugar del otro, aumentar nuestro nivel de comprensión:
Un ejercicio que debemos
practicar con frecuencia. Cuando alguno de los nuestros tenga un desliz o una
actuación incorrecta no nos irá mal pensar: ”¿cómo se sentirá?... quizás haya
pasado un día tenso o esté cansado”. Hemos de comprender que cada uno andamos
por la vida “azotados” por muchos vientos. También podría ser debido a su forma
de ser o carácter. El hombre es un ser muy complejo, resultado de una infinidad
de factores: la educación recibida, las circunstancias que le ha tocado vivir,
su propio temperamento, su propio físico…
Siempre nos irá mejor dar un
amplio margen al otro, saber esperar... Esto no está reñido con hablar en otro
momento, sino todo lo contrario. Debemos
hablar muchas veces, quizás más de lo que lo hacemos, pero siempre de tal modo
que el otro se sienta comprendido y animado.
Reconocer nuestros errores, saber pedir disculpas, saber disculpar:
Si nadie es perfecto ¿por qué nos
costará tanto disculpar? Sin embargo ¿por qué nos gustará tanto que nos
disculpen?
Cuando una persona es capaz de
reconocer su error y pedirnos disculpas parece recuperarse la distancia que se
había creado entre nosotros y ella. Deberíamos ver muy natural el gesto de pedir perdón por nuestros
fallos, así como el de disculpar al que
comete errores, ya que el equivocarse es igual de natural en las personas. No
nos empeñemos en crear barreras entre nosotros, seamos amigos de quitar hierro
a los errores ajenos y evitaremos muchísimos problemas y sinsabores.
Tolerancia y Afecto:
Es muy importante saber vivir en
este mundo rodeado de personas de mil formas y colores, y que piensen de forma
muy distinta. Obviamente cada uno tenemos unos criterios que nos convencen y
dirigen nuestras actuaciones, pero esto no está reñido con respetar la forma de
pensar de los demás. Con esta mentalidad todos salimos ganando, pues no hay
unos contra otros sino distintas aportaciones, distintas visiones de las cosas
y problemas. Si aplicamos fuerzas en la misma dirección (progresar, construir,
encontrar soluciones…) éstas se suman; si tiramos en direcciones contrarias, se
anulan.
Se habla mucho de la tolerancia,
aceptar a las personas y respetarlas. Está muy bien, pero se queda bastante
corto. A las personas no sólo hay que tolerarlas (sobrellevarlas con
resignación), se merecen más, mucho más. Les debemos afecto. Cada persona es
una riqueza para los demás, a pesar de sus limitaciones, y sólo cuando nos
sentimos valorados somos capaces de sacar lo mejor de uno mismo. Empecemos por
los de nuestra casa, que no les falte nunca nuestra ayuda y nuestro afecto.
Otra idea que puede ayudarnos a
aumentar el afecto en casa es la de
tener detalles. Hay hermanos que se pelean con frecuencia, podemos
aconsejarles que compensen sus “déficits” de tolerancia con “extras” de afecto; por ejemplo, si uno pegó o insultó a otro en
un momento dado, puede compensar esa falta de tolerancia con un extra: hacerle
su cama u otro trabajo que le correspondiera. Se trata de restituir el afecto
que indebidamente se le quitó.
Si queremos que en nuestra casa abunden este
tipo de detalles, los padres hemos de ser los
principales promotores. Hacer
favores, dar sorpresas, ayudar desinteresadamente… todo esto refuerza
fuertemente la convivencia.
JUEGO MOTIVACIÓN: “FUEGO EN LA ISLA”
Ahora vamos a proponernos un
juego que fomente el pensar detalles para hacer a los demás.
Nos pondremos un fin de semana
con nuestro hijos a dibujar en un gran cartel un paisaje de mar con dos islas caribeñas, separadas unos 20 cm una
de la otra. En una de ellas hay fuego. En ella viven muchos animalitos que
ahora están en peligro de muerte. (Estos animalitos los podemos recortar de cuadernos
ya usados del cole, revistas, cuadernillos baratos de colorear, o dibujados por
ellos). Los ponemos pegados en la isla con un pequeño celo.
Ahora cada niño va a tener una
pequeña canoa donde cabrán él o ella (será un muñequito que lo represente) y uno de los animalitos que quieren salvar.
El objetivo es llevarlo a la otra isla, donde estará a salvo y vivirá muy a
gusto entre sus palmeras. Para ello, la
canoa tiene que avanzar 5 ó 6 tramos (puede ser útil el belcro adhesivo para
fijar la canoa y marcar los tramos; también puede ser plastificar el trayecto
con un celo ancho y usar un rollito de celo normal para pegar la canoa al
camino). Cada vez que el niño/a tenga un detalle con alguien de la casa, avanza
la canoa. ¡A ver a cuántos animalitos
logramos salvar! Es toda una hazaña ayudar y arriesgarse por alguien,
sensibilizarse por las necesidades de otros.
Al final de mes podemos hacer una fiesta con globos y cadenetas (siempre preparar todo
con ellos, poniendo mucha emoción, que les gusta muchísimo) para celebrar que
TODOS se han salvado gracias a nuestra valentía y disponibilidad. ¡Celebremos
que en nuestra casa nos queremos!
HISTORIA DE LA PRIMERA SEMANA:
PONERSE EN EL LUGAR DEL OTRO:
(Adaptación de un cuento oriental)
Julio y Enrique iban a 3º de
Infantil y tenían 5 años. La profesora les mandó jugar en el rincón del
mercado. Tenían una tienda muy maja, provista de tomates, pimientos, patatas,
verduras... en fin, de todo un poco y un gracioso carro de compra. Al cabo de
un rato se peleaban porque los dos querían el carrito. La profesora les invitó
a pensar en el otro.
-¿Y
qué es pensar en el otro?- dijo Julio.
-
Os lo voy a explicar con un cuento – dijo Manoli la profesora.
“Había una
vez un duende que quiso enseñarle a una niña, Maribel, el país de las penas y
el país de la felicidad.
- Vamos
primero al país de las penas –le dijo el duende a Maribel.
Le llevó a un gran salón, muy bonito y
acogedor, donde había una mesa larguísima, llena de manjares, helados y
chuches. Alrededor había muchos niños que querían comer de la fiesta, pero...
¡no podían doblar los brazos! Entonces cogían algo, y no podían metérselo en la
boca porque no podían doblar el codo. Así todos gemían y nadie comía, y sufrían
de apetito sin poderse saciar.
– Vamos ahora
al país de la felicidad –dijo el duende.
Aparecieron en el mismo salón, con la misma
mesa y los mismos manjares, helados y chuches. Llena de niños que no podían
doblar los brazos.
-¡Eh! –dijo Maribel– querido duende, te has equivocado
y me has traído otra vez al país de las penas.
-No, Maribel, fíjate ahora lo que va a pasar.
Los niños que
estaban a la mesa pensaban: “Pobre niño de en frente, no puede comer porque no
puede doblar el codo. Voy a darle yo” y
eso hacía, cogía algo y le decía: “Toma, amigo, come” “Oh, gracias, toma tú
también” –respondía el de enfrente. Y así comían todos y se reían felices, pues
todos se preocupaban de los demás y todos quedaban saciados”.
Manoli
la profesora les explicó:
– ¿Veis? ¡Qué
bonito! Ahora podéis hacer lo mismo. Julio puede pensar: ¡Qué a gusto jugará mi
amigo con este carrito tan mono! Se lo voy a dejar para que eche tomates y fruta.
¡Se lo pasará en grande!
Julio miraba atentamente a Manoli
y dijo:
–Toma Enrique.
Su amigo jugó un rato, pero él
también había comprendido la historia y también quería hacer feliz a su amigo.
Por eso, al cabo de unos minutos se acercó a Julio con el carro y le dijo:
–Ahora te toca a ti un ratito, que yo ya lo he
tenido.
–Gracias.
Sin darse cuenta, al cabo de un
rato, Julio y Enrique jugaban tranquilamente sin pelear y compraron y vendieron
un montón de cosas.
HISTORIA DE LA SEGUNDA SEMANA: SORPRESA A MAMA.
Era una familia con tres niños: Beatriz, la mayor, tenía 10 años; Luis 6 y Marcos 4.
En el colegio estaban trabajando
el tema de la paz, que suele ser a finales de Enero. Y Beatriz, que solía tener
brillantes ideas, les propuso a sus hermanos el siguiente plan.
– ¿Qué os
parece si hoy le damos a mamá una sorpresa? En vez de pelearnos vamos a
tener todo hecho antes de que vuelva de comprar.
En esto sube la madre por la
escalera pensando:
–
Ay, madre mía, espero que no se oigan gritos nada más entrar.
Al llegar al rellano buscaba con
prisas la llave para entrar en la casa lo antes posible; como tardaba en
encontrarlas pudo notar un extraño silencio en la casa. Por eso paró y escuchó
con atención. Se oían cuchicheos. Metió la llave en silencio y entreabrió la
puerta, pero no entró. Quería seguir
escuchando.
–
Rápido, los vasos – se oía la voz de Beatriz.
Se oía a alguien manejando vasos
de la cocina al comedor.
Luego otra vez pasitos, algo se
les debía haber olvidado. Mamá esperó hasta que dejó de escuchar las carreritas
de los niños del comedor a la cocina y viceversa. Al fin hizo ruido con la
puerta para que los niños se percataran de que ya había llegado.
–
Bueno, niños, ya estoy aquí con la compra –
disimuló.
Oyó risitas y como que corrían a
esconderse. Mamá dejó la compra en la cocina e hizo como que buscaba a los
niños.
– Ya estoy
aquí, ¿dónde estáis? – se dirigió al comedor.
Se oían las risitas de Luis y
Marcos, los más pequeños y cómo asomaban la cara por detrás de las cortinas.
–
¡Bueno! ¿qué es esto? – dijo en voz alta–. ¡Qué
mesa tan bien puesta! ¡Oh, maravillas! ha venido un hada.
Los niños salieron del escondite
riendo y saltando:
– ¡Hemos sido
nosotros! ¡Hemos sido nosotros! – decía Luis.
– Mamá y...
¡huele! –decía Marcos poniendo las manos en la nariz de mamá.
– ¡Oh, qué
olor a jabón! – decía mamá. – ¡Qué manos tan limpias!
Todos estaban contentos, muy
contentos, y sólo por pensar en mamá y darle una sorpresa.
HISTORIA DE LA TERCERA SEMANA:
ELISA Y LOS PANECILLOS.
Elisa era una niña de 7 años.
Vivía en su pueblo, cerca del castillo, donde vivía su amable rey. Este rey, se
preocupaba de que ninguno de sus súbditos pasara necesidad. Y aunque corrían
tiempos de sequía, y por ello de pobreza, se esforzaba porque al menos tuvieran
diariamente una buena ración de pan. Por eso ordenaba al panadero que todos los
días hiciera tantos panes como habitantes había en el feudo. El panadero
empezaba haciendo barritas medianas, pero al final se daba cuenta de que la
masa no llegaba para todos y acababa haciendo los últimos panes más pequeños. Y
esto pasaba todos los días. Con deseo de que tuvieran una buena ración, el
panadero empezaba optimista y al final siempre se quedaba corto. ¡En fin!
Después de sacar los panes del
horno, se subía en su carreta, se dirigía a la plaza central del pueblo y allí
acudían todos a coger su ración diaria.
A las 12 del mediodía todos los
habitantes iban allí, pues era la hora del reparto. Elisa también iba,
encargada de recoger los 5 panes que le correspondían a su familia y su abuelo.
Al principio la gente hacía cola
educadamente, pero al cabo de unos meses ya no tenían tantos miramientos, sobre
todo cuando observaban que unos panes eran más grandes que otros. Con que
empezaban a empujar, a colarse, incluso a pelearse por ser los primeros en
recoger.
Elisa observaba y comprendió que
esa forma de actuar no era propia de personas. Sabía que había panes para todos
y pensaba que prefería llevarse los que quedaran, aunque fueran más pequeños.
De todos modos, si no era ella la afortunada, lo sería otra familia, ¡qué más
daba!, el pan no iba a desperdiciarse. ¡Que les aproveche! Ese era su deseo.
El rey observó esto durante
varios días desde su ventana. Y aunque le apenó la actitud egoísta de muchos de
sus ciudadanos, le consoló la generosidad y amabilidad de la niña. Al cabo de
un tiempo, al rey se le ocurrió una idea para premiar a Elisa.
Un día, cuando Elisa recogió sus
panes y se fue a casa, la familia de la niña tuvo una agradable sorpresa: al
partir el pan, cada uno descubrió en su panecillo una moneda de oro. El rey
había ordenado al panadero que en lo sucesivo pusiera una moneda de oro en los
cinco panes más pequeños; de este modo premió a Elisa por su delicadeza y
generosidad.
HISTORIA DE LA CUARTA SEMANA: TODO UN DETALLE
Contaba un señor, que se sentía
muy afortunado porque él vivió en una familia donde sus padres y hermanos
pensaban en los demás.
Así, contaba una anécdota ocurrida a sus dos
hermanas mayores, pongamos Sara y Anabel.
Un día la madre les compró dos vestidos: uno
amarillo y otro naranja y le dejó escoger a Sara. A ésta le gustaba mucho el
naranja, le parecía que claramente era más bonito. Y por eso mismo, pensó que a
su hermana también le gustaría más. Entonces Sara dijo que le gustaba más el
amarillo para que Anabel se pudiera quedar con el naranja.
Mira por donde Anabel suspiró: – ¡Ay! Bueno,
vale, yo me quedo con el naranja, que es muy bonito mamá.
Este pequeño suspiro le dio la pista a Sara que
Anabel prefería el amarillo y le propuso cambiarlo. Ésta sonrió. Al final las
dos contentas por tener un bonito vestido y sobre todo por tener una excelente
hermana.
¿Verdad que te gustaría tener un hermano o hermana así? Alguien tiene que empezar.
¿Verdad que te gustaría tener un hermano o hermana así? Alguien tiene que empezar.
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También son muy interesantes los populares cuentos "El Príncipe feliz" y "El
gigante egoista" de Oscar Wilde que va bien releer de vez en cuando. Hay
algunas versiones verdaderamente lacrimógenas.