Siguiendo la metodología descrita en PROGRAMA DE EDUCACIÓN EN VALORES A TRAVÉS DE CUENTOS os proponemos el tema de la obediencia.
Todos sabemos que cada miembro de la
sociedad tiene unas obligaciones y unos derechos. De los derechos no hay mucho
que hablar, los tenemos clarísimos y los defendemos. En cuanto a las
obligaciones habría más debate, pues impera en nosotros la ley del mínimo
esfuerzo y nos es más difícil dar que recibir.
Aunque lo ideal sería que cada uno cumpliera
con responsabilidad estas obligaciones, sabemos que de hecho, no es así. Es
necesario poner unas normas y leyes que nos "obliguen" a cumplir
esas obligaciones, que ayuden a nuestra falta de voluntad. Obligaciones
que en el fondo aceptamos y comprendemos necesarias. Por ello ha de haber unas
personas que aseguren su cumplimiento; estas personas, se dice que tienen
autoridad sobre nosotros. Resumiendo, se trataría de cooperar libremente en el
cumplimiento de mis obligaciones, guiados o dirigidos por unas personas que
tienen potestad para hacerlo. Así, más o menos, podríamos definir la
obediencia.
Importa mucho trabajar este valor en los
niños. Hemos de tener el arte de ganarnos su confianza, ganarnos la autoridad.
Conviene educar esta disposición a aceptar lo que hay que hacer (obedecer), por
la razón de que es bueno y conveniente, independientemente de si apetece o no.
Para ello hemos de hacerles ver el lado positivo de las cosas, hacerles gustar
del beneficio de los buenos valores y acostumbrarles a que se guíen por ello
(nosotros también, claro). Como veis, aquí las ganas no pintan nada. A
este respecto se nos viene a la cabeza una anécdota que nos contaba un padre.
Su hijo no quería sentarse a estudiar y no hacía más que protestar y decir
que no tenía ganas. El padre, después de mirar un momento la mochila dijo con
resolución: - ¡Estás de suerte, hijo! Menos mal que has traído todo lo necesario: libros,
cuadernos, estuche... y aquí en casa hay mesa, silla, luz... ¡perfecto! Las ganas en realidad no hacen falta para
hacer los deberes, puedes empezar tranquilo.
Ante sus lloros y protestas, no ceder.
Consentir es enseñarles que todo es relativo y vale cualquier cosa. Si se
acostumbran a eso ¿quién podrá asegurar que ese criterio no les guíe también en
su adolescencia y juventud y acepten como válida la opción más descabellada y
egoísta?
La autoridad es necesaria. ¿Verdad que no
nos cuestionamos que en el colegio haya autoridad? Imaginemos que ocurriría si
cuando un profesor mandara los deberes y los chicos empezaran a protestar, éste
dudara y dijera: - bueno, vale, no los hagáis... O si el horario marca lengua,
y un niño dijera que no tiene ganas de lengua que mejor mates, que le
gusta más... y el profe dijera:
-
bueno, pues vale, hagamos mates...
¡¡Estaríamos perdidos!!
Pues igual de perdidos estaremos
si en casa nos falta esa autoridad. La autoridad, bien usada, es fuente de orden
y bienestar.
Aunque no se pueda asegurar una obediencia instantánea y
con buena cara, sí que existen pautas para que los niños se acostumbren a que
se hace lo que dicen los padres y no lo que decidan ellos. Nos encontramos ante
una época en que nos hemos acostumbrado a que los hijos tengan que estar
de acuerdo con lo mandado. Y no es preciso que sea así; indudablemente mejor si
lo están, pero hacemos muy bien cuando les mandamos lo más formativo para
ellos, aunque no les guste. Si no pensemos: ¿dudamos de mandarlos al colegio,
aunque lloren? ¿dudamos de vacunarlos aunque ellos no quieran?
Nuestros hijos, como cualquier cachorro de la naturaleza,
necesitan que se les cuide hasta la madurez ¡hay
tantos peligros! Lo que ocurre es que el hombre, como ser racional, necesita
madurar también su razón para ser capaz
de razonar, escoger, decidir…del modo más conveniente; de ahí que la mayoría de edad venga unos años después
de la madurez física.
Los padres tenemos
la responsabilidad de su formación y por ello el deber de tomar las decisiones
que creamos mejores para ellos. Se habla del Síndrome del Emperador, niños
que se creen con derecho a decidir y mandar…y así deciden, de hecho, el lugar
de vacaciones, a qué hora se acaba una visita, a qué hora se acuestan, o qué
canal se ve en casa. Además, los niños sólo piensan en jugar, no tienen la
capacidad de imaginarse su porvenir por eso siempre tiran a lo más fácil y
cómodo. Ahí estamos nosotros para avisarles de ese espejismo engañoso. ¿Cómo
vamos a dejar en manos de un inmaduro ciertas decisiones, que a menudo afectan
a su vida, presente o futura e incluso a toda la familia? Nosotros hemos de
darles los criterios, la firmeza y seguridad que a ellos les falta.
Que tengamos que mandar y decidir no quiere decir, ni
muchísimo menos, que seamos dictadores; ni tampoco que se pueda hacer de
cualquier manera. Este es un gran peligro que corremos los padres. No se puede,
ni de lejos, abusar de la autoridad. Hay que orientar siempre dialogando,
razonando, sin enfados ni gritos. Toda persona, también los niños, merecen todo el respeto.
La educación no se ha de imponer de una manera gravosa, aburrida, machacona y cansina. La verdadera educación ha de ser capaz de penetrar, sin violencia y con profundo respeto, en ese punto secreto de cada persona donde se activan de una forma totalmente libre los mejores recursos de la personalidad de los hijos.
ALGUNAS PAUTAS PARA FACILITARLES LA OBEDIENCIA:
· No preguntarles tanto.
No quiere decirse que no se pueda hacer, pero ¡cuidado!
Si les preguntamos por costumbre, crecerán con la certeza de que son los que
tienen la última palabra en todas sus cosas y el derecho a que nosotros se lo
proporcionemos. ¡Qué peligro! Preguntas como:
-¿qué quieres para merendar?
-¿nos vamos ya?
-¿no te pones a hacer los deberes aún?
Podrían cambiarse por:
-Toma la merienda, hoy toca jamón ¡ñam!
-Cariño, es hora de marchar.¡Vamos!
-Ya ha llegado la hora de hacer los deberes
Que se acostumbren a obedecer. No importa que se quejen
(¡a quién no se le escapa una queja ante una tarea que nos disgusta o un
contratiempo!) Démosles un margen para desahogarse, con el tiempo irá a menos.
Se quejan porque no les gusta lo mandado, pero no siempre quieren decir con eso
que no están dispuestos a hacerlo, sino ¡caray!¡qué rollo! ¿no? No cedáis ante
sus lloros y gritos, que a veces parece que los estén matando ¡que
exagerados! ¿verdad? Si nos conocen, aunque se quejen, en su interior bien
saben que aquello hay que hacerlo. De nuestra firmeza depende el éxito de
aprender a obedecer, si cedemos ya habrán aprendido que con ponerse pesados,
super pesados o archirrequetesuper pesados lo conseguirán.
·
No jugar al ping- pong.
Por ejemplo:
-Recoge los juguetes.
-No.
-Si.
-Que no.
-Que te he dicho que recojas los juguetes.
-No quiero.
-Oye, ¿cómo tengo que decirte las cosas? Recoge los
juguetes ahora mismo.
No les devolvamos la pelota, si no, la volveremos
a recibir. Además, les enseñamos a contestar. Realmente, nuestra autoridad,
nuestro sí, vale porque somos sus padres, no porque lo digamos más veces, más
fuerte o los últimos. Se han de acostumbrar a que las cosas se mandan una sola
vez y basta.
· Ponerles límites.
Si vemos una tendencia clara de que cuando hablamos y
damos una orden somos ignorados, no debemos permitirlo. Si no podemos con ellos
ahora, ¿qué será después ? En todos los colectivos hay unas normas y debemos
saberlas cumplir. ¿Os imagináis un colegio, o un país donde no se respetara la
autoridad y cada uno hiciera lo que quisiera? Sería un caos.
Por eso es tan positivo educarles en el cumplimiento de
las normas, valorando que es necesario para que los grupos funcionen bien. Con
suavidad, pero con determinación y firmeza podemos recordárselo, p.ej: “¿no
dijimos que ordenarías la habitación? Bueno, no te preocupes, aún tienes tiempo
antes de salir a la calle … “ y tener nosotros muy claro que éste es el
orden correcto y no se puede invertir, es decir, primero se trabaja y luego se
descansa (sino han trabajado ¿de que van a descansar?) y nunca ceder por
aburrimiento. Esto es poner un límite.
JUEGO MOTIVACIÓN:
Como les gustan mucho las aventuras podríamos tener como
una gran senda, que lleve a Barbarroja a un tesoro. Para llegar al tesoro
debemos ir dando pasitos de “obediencia”, cada logro, una huella.
Los padres pueden pensar en qué momento conviene reforzar la obediencia: si
para ponerse a los deberes pronto, o para acostarse o levantarse, o para estar
puntuales a la hora de salir al cole... o en varios momentos. No se trata de
agobiar, pero por lo menos que haya avance en algún punto concreto. Según sean
los niños de dóciles o no, pueden ser suficientes dos o tres puntos fuertes, o
si se puede y les gusta, más.
Al llegar al cofre, podemos entregarles el mapa de un
tesoro. El tesoro puede estar escondido en la casa; si es la hora de la
merienda, puede estar en el congelador y ser un helado u otra merienda
especial, también puede ser una carta donde le digamos lo que le queremos y que
les ha tocado que los papas jueguen con él al lobo (pero tirándose por el suelo
y todo ¿eh?) u otra cualquier cosa que queráis imaginar.
Los juegos de motivación conviene que los mantengáis
vivos durante todo el mes. Es tarea de los padres. A veces se aburren, pero
vosotros seguís constantes, como si nada y al cabo de un tiempo, cuando se ven
avanzados, vuelven a entusiasmarse. Acabarlos siempre, pues si no, les
enseñamos la inconstancia y de alguna manera, que los consideramos unos
imposibles y que nos damos por vencidos.
Ahora os presentamos las historias, una para cada semana
del mes, para que podáis recordar el tema de la obediencia, repasar como va, y
reavivar el propósito de forma atractiva para ellos.
PRIMERA HISTORIA:
"OBEDIENCIA PRONTA"
Había una vez tres mariposas que eran amigas: Violeta,
Rosa y Amapola. Violeta vivía en una violeta, por eso se llamaba así. Rosa
vivía en una preciosa y olorosa rosa, y Amapola, como podéis imaginar, vivía en
una amapola silvestre.
Las tres iban al colegio todos los días, aprendían mucho
y se lo pasaban muy bien. Violeta tenía una virtud que las otras dos mariposas
no tenían mucho, se trataba de la obediencia.
Por ejemplo os voy a contar lo que les pasó un día. Por
la mañana la profesora Susú, les mandó sentarse a trabajar una ficha. Violeta,
como siempre, obedeció a la primera y se puso a trabajar con esmero. Sin
embargo, Rosa y Amapola, se entretuvieron hablando y empezaron mucho más tarde.
De esta manera cuando llegó la hora de ir al recreo, Violeta salió de las
primeras y sus dos amigas tuvieron que quedarse a terminar el trabajo. Cuando
al fin lo terminaron y salieron al patio, apenas les quedaban tres minutos.
Además vieron a Violeta y dos más que tenían unos globos tremendos.
– ¿De dónde los habéis sacado? – preguntaron Rosa y
Amapola.
– Nos los ha dado el conserje –dijo Violeta- porque nos
ha pedido ayuda un momentito al principio del recreo.
– ¡Vaya suerte!- Si hubiéramos acabado nosotras a tiempo
hubiéramos estado en el patio cuando el conserje pidió el favor.
Al cabo de un rato vuelven a clase, y la profesora manda
recoger unas construcciones. Violeta obedece pronto, junto con otras mariposas,
por ello reciben la felicitación.
Pero lo bueno pasó por la tarde. La profesora los lleva
de excursión al campo, porque es primavera y los campos están llenos de flores
– ¡Disfrutad del día, chicos! – dice la profesora, pero
venid en cuanto os llame.
Todos vuelan felices, ¡es maravilloso! Juegan, se
persiguen, descubren flores nuevas. Violeta, Rosa y Amapola juegan contentas.
Descubren una extraña flor y quieren verla de cerca. Vuelan hacia allí
curiosas. De pronto se oye a la profesora:
– ¡Violeta, Rosa, Amapola! ¡¡Venid!!
Violeta, como siempre, obedece a la primera, y por ello...
¡Se salva de una tremenda telaraña, donde quedan atrapadas Rosa y Amapola! La
profesora les quiso avisar, pero como ellas continuaron su vuelo sin obedecer…
Muertas de miedo se ponen a llorar.
Todos corren a ayudarles y la profesora les salva con
unas tijeras. Desde entonces prometen ser OBEDIENTES A LA PRIMERA. Han
aprendido la lección.
HISTORIA SEGUNDA
SEMANA: "OBEDIENCIA ALEGRE"
Pablo era un chico muy protestón. Obedecía... pero
poniendo siempre pegas. La verdad es que era aburrido escucharle.
Ya por la mañana se levantaba, pero quejándose de que no
quería ir al colegio, que estaba cansado. Después se quejaba de la ropa: quería
el chándal azul, y además los calcetines siempre le molestaban. A continuación
si le mandaban venir a desayunar se quejaba de la leche. Y finalmente se
quejaba cuando le mandaban hacer la cama antes de ir al colegio.
En el colegio, parecido. Con la profesora no se atrevía
tanto, porque le daba vergüenza, pero con los amigos sí. Cuando proponían un
juego siempre tenía que quejarse de que ¡vaya rollazo! Si le decían de portero,
no quería, si le decían que delantero se quejaba del otro compañero: ¡Con
fulanito, no! Con el tiempo iba perdiendo amigos, porque, era muy cansado
escucharle. Y así. Hacía las cosas, pero siempre de mal humor, mal humor para
los deberes, para las tareas de la casa, para cualquier obligación...
Un día vino a casa su primo Miguel. Tenía que quedarse
una semana en casa, porque sus padres habían de hacer un viaje importante. ¡Qué
suerte! Eran muy amigos, sería superdivertido. Miguel era un chico alegre y
voluntarioso. Nunca parecía de mal humor. Iban pasando los días, y Pablo notaba
que esa semana era especialmente agradable, no se daba cuenta de que no le
costaba tanto hacer las cosas.
Cuando llegó el tiempo de marchar Miguel, Pablo se le
sinceró :
– ¡Todos los días hemos hecho los deberes muy
bien y casi no me han costado! ¿Por qué será?
Miguel le contestó:
– ¿sabes? Conviene obedecer con alegría. Así
todo se hace más llevadero. Sigue mi consejo, Pablo y di siempre VALE cuando te
mande algo tu madre ¿vale?
– Vale– dijo riendo Pablo.
– Haz la prueba en serio esta semana y verás-.
Así fue como Pablo, acordándose del buen consejo de su
primo se esmeró en obedecer diciendo “SÍ”, y callando las pegas esa semana. Se
dio cuenta de lo contento que estaba. Contentos sus padres, sus amigos, sus
profesores y sobre todo él, muy contento. ¡Qué sencillo era, y no se había dado
cuenta!
HISTORIA TERCERA
SEMANA: "OBEDIENCIA CON RESPETO A PADRES Y SUPERIORES"
John era un chico de trece años, que todos los veranos
iba de acampada. Su sueño era llegar a ser monitor. Su primo Dick ya lo iba a
ser ese año, tenía 14 años. Era de los chicos que más jóvenes iban a ser
monitor. ¡Qué orgullo! Cuando le veía lucir el pañuelo de diferente color que
los acampados, no podía evitar un pequeño sentimiento de envidia. “¡Quizás el
año que viene yo también sea!. A fin de cuentas he superado ya la mayoría de
las pruebas, sólo me queda la de la noche de supervivencia, que la haré este
año. ¡Qué emocionante que le dejen en el bosque una noche solo, y saber
sobrevivir, haciendo tu propia tienda de campaña, encender fuego. Un poco de
miedo he de pasar, pero ¡bah! Una noche se pasa pronto, y ya seré todo un
montañero!” – pensaba.
Con estos ánimos empezó la acampada. Su primo Dick tomó
su cargo con mucha responsabilidad. Y a John le tocó un grupo majo. Se sentía
algo superior a los demás del equipo, a fin de cuentas, él era el mayor, aunque
fuera por unos meses, y sobre todo porque ya tenía todos los méritos logrados,
salvo el de la noche de supervivencia.
John, además tenía un feo defecto, también en casa sus
padres se lo reprochaban: contestaba mucho cuando le mandaban algo, faltando
incluso al respeto. Así, cuando el jefe de la patrulla mandaba un servicio que
no era de su agrado, no se cortaba al responderle:
– Ala, jefe, eso lo harás tú, que yo no tengo
ganas
O cuando era hora de dormir,
– Déjanos un poco más, pesado, que estamos
contando chistes.
Ni que decir si había que acabar un juego:
– De qué vas jefe, ¿cómo vamos a dejar el
partido?
Cuando el monitor planeaba una búsqueda en un juego de
espionaje:
– Vamos,
chicos por aquí – decía.
– ¡Hei! No
iros por ahí, chalaos – no tardaba en responder John.
Así era su forma habitual de contestar: faltaba al respeto
con mucha frecuencia.
Llegó el día de la prueba de la supervivencia y la superó
con garbo, aunque daba respeto dormir solo en la profundidad del bosque. John
era valiente y se alentaba con la ilusión de ser jefe al año siguiente. ¡Ya
tenía todos los méritos logrados!
Mira por donde, un jefe de patrulla cayó enfermo y se
corrió la voz de que pondrían en su lugar a un acampado adelantado. Su corazón
se llenó de gozo. ¡él era el acampado ideal! ¡el mayor y con todos los méritos!
Pero... ¡cuál fue su desilusión cuando vio que el escogido era un compañero de
tienda que aún no tenía todas las pruebas y de edad ligeramente menor, pero que
era modelo de obedecer y no faltar nunca al respeto a los superiores!
HISTORIA CUARTA
SEMANA: "OBEDIENCIA, INCLUSO CUANDO NADIE TE VEA"
Sara era una niña muy amiga de Marta. Sus madres se
conocían también mucho, por eso, cuando tenía una visita de médico sabía que
podía dejar, con total confianza, a su hija en la casa de la amiga. Estaría
bien cuidada.
Por eso, esa tarde, Sara iba a ir a casa de su amiga
Marta. ¡Qué ilusión le hacía! Como era sábado no había mucha urgencia de
deberes, pero de todos modos, se llevó un libro, por si acaso.
Después de los saludos alegres del principio, la madre de
Sara se marchó y ellas se pusieron a jugar.
Pero mira por donde una llamada telefónica cambió el
rumbo de la tarde. La madre de Marta, después de colgar el teléfono, se acercó
a las niñas y les dijo:
– Marta, cariño, el abuelo ha llamado que la abuela se
encuentra mal. Como sé que os vais a portar bien, me marcho a ver que
necesitan, me ha parecido preocupado ¿vale?
– Vale mamá, no te preocupes.
La madre se fue y ellas siguieron jugando. Al cabo de un
rato, Marta vio que era la hora de merendar. Fueron a la cocina, prepararon
unos vasos de leche y unas galletas. Después Sara vio con sorpresa como Marta
recogía las cosas y fregaba los vasos. Tampoco se olvidó de pasar la gamuza por
la mesa y acercar las sillas a su sitio.
Pero lo bueno fue cuando Marta invitó a Sara a hacer
deberes.
– Es la hora de los deberes, ¿hacemos un
ratito?
– Pero ¡cómo, si hoy es sábado! Además, no está tu madre,
podemos hacer lo que queramos.
– Es que yo quiero obedecer a mamá, antes de
que tú vinieras ya habíamos pensado qué haríamos: jugar, merendar, deberes y
luego jugar otra vez.
– Bueno – dijo
Sara sorprendida al ver la seguridad de su amiga.
Dicho y hecho. Se pusieron a estudiar un buen
rato. ¡Y lo que les cundió! Porque cada vez que Sara hablaba de alguna
ocurrencia fuera de los deberes, Marta sonreía y le decía:
– No nos despistemos, y acabaremos antes
¿vale?
Al llegar el tiempo marcado guardaron todos los lápices y
cuadernos y se pusieron a jugar. Sara estaba sorprendida de lo satisfecha que
se sentía, de tal modo, que no pudiendo contener la alegría comentó a su amiga:
– ¿Sabes que estoy muy contenta de estar esta tarde
contigo? He estudiado y estoy contenta y ahora el juego me sabe mejor. Yo en
casa, si no me ve mi madre, me escapo, pero tú no...
– Ya, pero en el fondo sabes que lo que te piden ellos es lo mejor para
nosotras y en realidad es lo que nosotras queremos tambien, por tanto ... hagámoslo, estén ellos o no.