EMPECEMOS CON UN EJEMPLO.
Imaginemos la siguiente
situación: Un campamento realiza todos los años unas excursiones por el
Pirineo. Tienen un buen guía y llegan
con éxito a las cimas propuestas. Como buen guía que es, calcula el tiempo que lleva la ascensión con
los jóvenes, incluidas las paradas; todo esto teniendo en cuenta la edad de los chicos. Como es conveniente que estén
de regreso al pie de la montaña sobre la hora de la merienda para después coger
el autocar de vuelta al campamento, calcula a qué hora deben empezar a bajar
del pico; también tiene en cuenta que en la cima sería interesante que dispongan
de una hora para descansar y disfrutar del paisaje. Así va calculando hacia atrás el tiempo necesario
para la subida y los descansos convenientes
hasta precisar cuál será la hora de partir por la mañana. También conoce bien las bifurcaciones y los
caminos, cual es el mejor y el que lleva al pico que se pretende… Sabe técnicas para evitar el cansancio…
Conoce buenos parajes donde hay sombra, fuentes, amplitud… para hacer las
paradas y descansar. Si durante la marcha
algún chico o chica más flojo se
queja, el guía lo anima, lo entretiene… sabe que puede… pero no cede hasta llegar a estos parajes, conviene
mantener el grupo unido. Allí aprovecha para explicar cómo se cuida la
naturaleza y donde hay peligros. Mira su
reloj frecuentemente a fin de comprobar que el ritmo que llevan es el adecuado
para alcanzar la cima a la hora más o menos prevista. En fin, todo controlado.
Con este guía las excursiones siempre funcionan.
Pero he aquí que un año este guía
está enfermo y tienen que contratar a otro. Curiosamente, la noche anterior, el
guía pregunta al grupo de jóvenes, muy consideradamente:
-¿A qué hora queréis que
salgamos? ¿Es muy pronto a las 8:30? ¡Qué estéis descansados, pero no os paséis
que luego hace mucho calor! Tras un pequeño debate “pactan” salir a las 9:00.
Total, que al día siguiente salen
a las 9 y cuarto más o menos; bueno, un cuartito de hora no pasa nada, ya se sabe cómo son los chicos.
Empiezan a subir y como todos los años, los más lentos empiezan a quejarse.
-¿Ya estáis cansados? ¡Vaya! Venga vale, paramos un ratito...
-Jo, este guía es más bueno que el del año pasado…
Tras pasar diez minutos.
-¡En marcha!
-Nooo…
-¡Venga, que si no, no llegaremos nunca!
-Sólo un minuto más ¡porfa!
-Vale, pero sólo uno ¿Ok? – dice sonriendo.
Al fin salen. Siguen subiendo. Llegan a una bifurcación y toma el
camino de la derecha.
Una chica dice:
- ¿Por qué no vamos por la izquierda? El camino es más ancho y llega
antes a aquella peña. Fíjate que el otro camino va a parar al mismo sitio, pero
es mucho más largo.
- Sí, es más largo pero la pendiente es mucho más suave, no conviene
que os agotéis tan pronto.
- Pero llegaremos mucho antes… Yo me voy por aquí.
- ¡Qué gente ésta! ¡Valee,
vamos por la izquierda!
Lo
que parecía fácil no lo fue tanto, no ahorraron tanto tiempo y se
agotaron tanto que tuvieron que hacer un nuevo descanso.
- Ya os lo decía yo, pero como no hacéis
caso… ya empieza a dar fuerte el sol, vamos.
- Espera un poco más…
- Yo no lo haría, pero en fin…, sólo
un minuto más, pero sólo uno.
Entonces el guía se pone a hablar con un
monitor. Los niños, al cabo de un ratito (más de 5 minutos) se levantan
como para emprender la marcha, pero como ven al guía hablando empiezan a
juguetear, se dispersan. Al fin, el guía dice de
continuar ¡pero recógelos a todos! Unas
niñas se han alejado buscando unas florecillas lilas.
- ¡Espera… que
tenemos que tener diez cada una!
El guía empieza a ponerse de mal humor y a decir: Desde
luego cómo sois, si no me hacéis caso, no llegaremos nunca…
Las niñas siguen felices sin inmutarse hasta que tienen sus
diez flores.
Mientras, un niño que se aburría, se ha subido a una piedra
muy alta y al guía le toca ir a bajarlo.
-Pero ¿a quién
se le ocurre subirse ahí? ¿es que no ves que es peligroso?
¡Al fin empiezan de nuevo la marcha!
Luego unos chicos quieren correr más y
se adelantan al guía, con lo cual al llegar a la siguiente bifurcación escogen
al azar y se equivocan. El guía, cuando se da cuenta, los avisa gritando, pero ya estaban muy adelantados y cuando todo
el grupo llega a la bifurcación aún les
tienen que esperar.
Y así todo el día. Cuando el guía se ve el
reloj se da cuenta que para estar de vuelta al autocar llegan tarde, deben
bajar sin pérdida de tiempo ¡Ya! Por supuesto sin llegar a la cima y con tiempos mínimos de
descanso. Aunque intentó imponer buen ritmo, acompañado de reproches continuos,
no consiguió llegar a tiempo al autocar pero sí consiguió que todos estuvieran
muy cansados y quejosos de la excursión.
-¡Pues vaya! Ni siquiera hemos llegado al pico, no sé ni
para que hemos venido.
Cuando llegan al
campamento el director le pidió cuentas al guía; éste, malhumorado, echó la
culpa al grupo de chicos, que era sumamente indisciplinado.
Visto desde fuera ¿qué opináis? ¿De quién es la culpa del
fracaso de la excursión?
SI NOS PASAMOS AL
TERRENO EDUCATIVO
Todos los padres y madres tenemos buena voluntad ¿Quién lo
duda? Sin embargo, eso no quiere decir que estemos exentos de errores
educativos. Esto hace que necesitemos pararnos a pensar con frecuencia y
analizar qué estamos haciendo con nuestros hijos, pues posiblemente sólo con
deseos no lleguemos donde queremos.
Pensemos un poco
Si
nos preguntaran cual es la principal diferencia entre los dos guías podríamos
responder: en el segundo guía faltó una dirección firme y clara. Tan importante
es esto que, si falta, es prácticamente imposible alcanzar la meta.
Razones que hacen necesaria la dirección
firme y clara:
Los niños son seres en proceso de madurez, por tanto, ahora mismo son
inmaduros y no pueden escoger por sí
solos lo más conveniente. Su razón sólo ve el momento presente, es decir, no
alcanza a ver la proyección de futuro y las consecuencias de todas las
decisiones y actos que hacen; por eso ellos siempre preferirán lo más fácil, lo
más cómodo, lo más divertido. La misión
de los adultos, en este caso de los
padres, es protegerles de ese peligro. Por tanto un padre o madre no puede
dejar en manos de un niño decisiones que atañen a su formación intelectual y
humana. Por ejemplo no convienen preguntas como:
¿Quieres que te
apuntemos a inglés este año?
¿Queréis que
vayamos a ver a los abuelos?
¿Quieres acostarte ya?
¿Qué quieres para comer?
Los padres son los que tienen
que saber qué conviene en cada momento: si conviene se hace y si no conviene no se hace. Si dejamos que
decida el niño y no nos gusta su decisión empezaremos a ponerle pegas y mostrar
nuestro desacuerdo (como el segundo guía). Si finalmente hacemos lo que
opinamos nosotros ¿para qué le preguntamos? ¿para que vea que no le hacemos
caso? y si hacemos lo que él dice, pese
a nuestra disconformidad, le estamos transmitiendo que él tiene la última
palabra y que admitimos escoger lo peor, como si diera igual escoger lo mejor
que lo peor. Mensaje altamente peligroso.
Además, tanta pregunta hace creer al niño que él tiene la autoridad
para decidir y con los años estará convencido de que tiene todo el derecho.
Se habla del Síndrome
del Emperador en los niños, pero creemos que éste no existiría si no se
diera en los padres, a modo de broma, el “Síndrome del mayordomo”.
El padre/madre llega a sentir que está obligado a complacer
los deseos de su hijo, si no quiere sentir que su conciencia lo acusa de mal
padre/madre. Nada más lejos de la realidad. Un buen padre/madre es el que busca
el BIEN (con mayúsculas) de su hijo, no
el capricho de su hijo.
Si queremos entenderlo mejor, comparémoslo con la salud del
cuerpo ¿Qué buen padre no vacuna a su hijo, le pone una escayola a un brazo
roto o da un medicamento amargo? Sabe que es un beneficio para él y no le pide
permiso; actúa directamente, eso sí, con cariño y palabras de ánimo. Algún día
se lo agradecerá.
OTRAS PISTAS QUE
SACAMOS DEL BUEN GUÍA
1.-Sabe dónde quiere ir.
El guía, sabe qué pico quiere
alcanzar.
Cuando nace un hijo todos tenemos claro
que queremos que lleguen a ser personas felices, realizadas; a nadie se le pasa
por la cabeza que sean personas insociables, irresponsables, vagas, egoístas,
desordenadas… sino todo lo contrario. Para ello estamos dispuestos a los
sacrificios que hagan falta. Sin embargo con el paso de los años, ¿vamos
comprobando que nuestras acciones van en la dirección correcta del destino?
¿nos vamos acostumbrando desalentados a cómo son o renovamos la lucha?
2.-Planifica.
El guía no empieza a caminar improvisando, sobre la marcha.
Sabe por dónde quiere ir y se mira el reloj para comprobar el ritmo de ascenso.
Los padres podemos planificarnos también. Podemos ponernos
objetivos por años, por meses… Objetivos sencillos, asequibles. Hablar con
ellos y poner límites. Sin prisas pero sin pausas; revisarlos, exigirlos… ser
constantes. Tener un horario semanal, diario, evita el excesivo tiempo libre, donde nace el
descontrol.
Puede ocurrir que cuando llegamos a casa pensamos “¡Ah! ¡por
fin en casa!” Nosotros, los padres, a nuestras faenas y mientras los niños hacen lo que quieren: sofá, móvil, tv,
juegos… Así crecen sin control… y cuando llegan a la adolescencia es cuando nos
preocupamos porque “lo que quieren”
tiene más peligros.
Claro que debe haber ratos libres, pero no toda la tarde y
todos los días y sin control. Es labor genuina de los padres que les ayudemos a
gestionar su tiempo y lo aprovechen y se diviertan. Hay muchas actividades que
se pueden hacer en casa y son enriquecedoras. Hay que combinar estudio,
lectura, deporte, juegos de todo tipo, cocina, ayuda a las tareas domésticas…
Si queremos buenos frutos hemos de sembrar y regar, si no sólo crecen malas
hierbas.
3.- Intercala
subidas y descansos.
No es una exigencia continua.
Los padres, para hacer amena la educación han de compartir
con los hijos su rato de ocio, donde se diviertan juntos. Esto une mucho y hace
que nos los ganemos. En ese clima de amistad y cariño aceptan mejor las
orientaciones y mandatos, pues los hijos notan que los queremos y sólo buscamos
su bien.
4. Previene.
En los parajes, el guía explica dónde pueden ir y donde no.
Les avisa de peligros y educa en el
cuidado de la naturaleza.
Los padres debemos ir siempre por delante, proponiendo,
educando… esto evitará, al menos, que hagan errores por desconocimiento. Y
evitaremos correcciones. Siempre es mejor prevenir que curar. En realidad hay
más ocasiones de las que nos pensamos, ya no sólo a nivel de conocimientos
teóricos (cómo se limpia algo, cómo se come) sino también de conocimientos de
valores y comportamientos: ¿les hemos explicado cómo se comporta uno en casa
ajena, porqué no es bueno copiarse o sobre las consecuencias del consumismo, de la falta
de verdadera afectividad…? ¿les hemos explicado que es feo ponerse gallitos
cuando un profesor les corrige algún mal comportamiento? Hay muchas cosas, que
como ya no se hablan ni saben que existen.
5.-Acompaña,
alienta.
Cuando alguien se cansa, el guía acompaña y anima. No se
desentiende, ni opta por la opción fácil: “Dejémoslo, esto es muy duro”.
Los padres, más que
ceder, debemos dar ánimo. Poner alegría y buen humor, pero ¡adelante! Si no,
les hacemos creer que no son capaces. Hacerles comprender que es normal que las
cosas cuesten y que debemos tener espíritu de superación y lucha.
Concluyendo, podríamos
sacar una idea: en la educación, es mejor ir por delante de los hijos,
dirigiendo, proponiendo, animando, educando… que por detrás… enderezando
“entuertos”.
Los padres y madres hemos de ser verdaderos
Ingenieros de la Educación.